Mi primer visita al estadio
Mi iniciación en cuestiones futbolísticas fue una tarde de junio de 1987 en ciudad universitaria a los siete años de edad. UNAM y América disputaban la final de aquella temporada, y mi hermano de apenas 15 años decidió que era buena idea adentrarse a la selva del estadio Olímpico con su hermano (yo) de apenas 7 años de edad. Claro está que él desconocía el contexto histórico de aquel partido. Pumas y Águilas habían disputado la final tres años atrás, donde con un polémico arbitraje América se había coronado campeón y empezó la verdadera rivalidad entre estos dos equipos.
También está claro que no él era consciente de la peligrosidad que había que dos niños anduvieran solos en ese lugar y en ese momento. El partido fue aburrido, o por lo menos fue la apreciación que tuve con mi nulo panorama desde la última butaca del pebetero, poniéndome de puntitas para tratar de esquivar las cabezas del gentío.
Pumas ganó 1-0 con un penal de Luis Flores, lo cual es lo único que recuerdo de dicho encuentro. Lo que más quedó grabado en mi mente fue lo descomunal del estadio, el ambiente, los cánticos o más bien las porras, porque en aquellos ochentas no existián los "como no te voy a querer...", "yo soy de pumas..." y tantas cosas que para bien y/o para mal hemos importando de sudamérica.
El partido de vuelta mi papá decidió, al ver la imprudencia de mi hermano, que era mejor en vez de castigarnos, llevarnos al estadio Azteca. Si con mi primera experiencia me sentí fascinado, con la segunda quedé enamorado. El rugido del coloso de Santa Ursula en los cuatro goles del América fue estruendoso, y por esa única ocasión fue americanista. Me uní a la euforía de 100,000 personas que gritaban "águilas, águilas", y a los ecos del estadio. Desde ese momento hasta la fecha, como, duermo y vivo fútbol. Gracias Luis por ser tan loco y darme el mejor regalo de mi vida… el fútbol.
Good Luck!